Hace 10 años Tania Rodríguez tenía apenas 23 meses de vida. En brazos de una amiga de su mamá recibió un disparo en la cabeza en un hecho demencial dentro de una Feria Comunitaria. Hoy es una niña feliz. La niña que siempre sonríe.
Por Fernando del Rio
Sobre una de las paredes de la casa del barrio Bosque Grande hay un cuadro. Tiene el retrato de una nena de 5 años con flores en sus manos y una sonrisa que contrabandea picardía y felicidad. Esa foto, que es lo primero que se ve cuando se abre la puerta, irradia una poderosa luminosidad en contraste con los apagados colores del resto del ambiente múltiple, en el que la cocina, la mesa, un mueble, un espejo y hasta una pecera se complementan. Nada puede igualar ese brillo hasta que aparece ella, con la sonrisa original.
Tania Rodríguez hoy tiene 11 años y, porque simplemente es así, sonríe. Sonríe cuando saluda, sonríe cuando se sienta, sonríe al cabo de un par de minutos de ponerse seria, sonríe al escuchar las primeras palabras de su mamá Gladys.
“Esa foto es del cumple de 5. El 2 de noviembre cumple 12 años, pero es como dijo LA CAPITAL poco después del accidente, en una nota que hicieron por el día de la Madre: la vi nacer dos veces. Sí, son como dos cumpleaños”, dice Gladys y también sonríe.
Gladys hablará de “accidente” durante el resto de la entrevista. Así lo define en un acuerdo semántico con los recuerdos. Bien saben que no lo fue, pero es la manera que la familia encontró para que menos duela y también para evitar cualquier palabra ruidosa e inconveniente delante de Tania. De lo que habla es de lo que pasó hace 10 años, el 19 de agosto de 2009.
Ese día a media mañana Patricia, una de las mejores amigas de Gladys, estaba al cuidado de Tania y de un hermano de 9 años. Como debía pagar unos impuestos, tomó un remís hasta la Feria Comunitaria de Friuli y Fortunato de la Plaza y se puso en la cola de Ripsa. No pasó un minuto cuando un menor de 16 años entró a los tiros con el objetivo puesto en Mauricio Brizuela (18), un joven al que odiaba por amores adolescentes y robos desleales.
Uno de los proyectiles dio en el pecho de Brizuela y lo mató, pero los otros dos impactaron en la pierna de un hombre de 64 años y en la cabeza de Tania. La lesión fue tan severa que en la guardia del Materno Infantil, hasta donde la valiente Patricia llevó a Tania en aquel remís, maldijeron. Porque también se maldice en la guardia de un hospital infantil.
Tania sobrevivió primero y vivió después. Hoy tiene 11 años, algunas esperadas secuelas pero ahí está, firme en su sonrisa, en su deseo de disfrutar todo el tiempo sus actividades. La escuela, sus compañeros, sus amigas y su familia, esa que afrontó la catastrófica experiencia de ver cómo el mundo se ponía patas arriba en un segundo.
“Nuestra vida cambió un 100%. Cuando ella tiene el accidente yo estaba embarazada, pero no lo sabía -dice Gladys-. En ese momento ni me preocupé por eso. Yo pesaba 40 kilos por toda la situación que estaba viviendo con ella así que ni panza tenía. Después de cuatro meses me di cuenta de que estaba embarazada y Mailen nació con cinco meses de gestación. Tuvo muchos problemas, pero Mailen hoy tiene 9 años. En ese momento todos les decían las hermanitas Milagros”.
“No se preocupe doctor, no se va a morir”
Para Gladys, Patricia es quien salvó a Tania. “Ella era quien tenía en brazos a Tania y a mi hijo a un lado. Gracias a ella la tengo viva porque no esperó la ambulancia 45 minutos. Ella salió con mis dos hijos, a Tania tapándole los dos orificios de su cabeza, se subió al mismo remís que le había dicho que la esperara que iba a pagar algo en Ripsa y volvía… Así se fue al hospital, no dudó. Tapó la cabecita de Tania y salió”, recuerda y Tania, a su lado, escucha con atención, aunque a veces espía el teléfono que le regaló el tío.
“Yo nunca pensé que me hija se iba a morir”, asegura con sólido convencimiento de lo que su memoria y su corazón le indican. “Yo tenía paz -continúa-, sabía que no se iba a morir. El 23 de agosto fue el día más crítico de ella. Fuimos con mi marido a la sala de terapia y notamos que le habían puesto más cables, más sondas y que estaba fría. El médico nos llamó a un costado y nos dijo que nos despidiéramos. Pero yo, por esa seguridad que tenía, le dije que no se preocupara que no se iba a morir. Y acá estamos, diez años después…”.
En aquella cama de terapia intensiva las palabras de ánimo de mamá y papá arrancaron una respuesta de Tania en forma de lágrima. Y ahí empezó una evolución que todavía, una década después, nadie comprende demasiado.
El cráneo perforado por el proyectil, la masa encefálica lacerada y una afectación a distintas funciones en el organismo auguraban un desenlace fatal. Pero Tania mejoró a la hora siguiente, al día siguiente un poco más, a la semana mucho más. El 12 de septiembre, 24 días después, tuvo el alta médica. Fue increíble.
¿Qué fue lo que sucedió para semejante recuperación? Los médicos se sorprendieron pero Gladys puede tener alguna explicación a mano. “Ella antes del accidente era una nena muy activa. Creo que la garra que le puso en el hospital fue un poco por cómo era. Los médicos me decían que no iba a caminar, que iba a quedar en estado vegetativo… Ella empezó a hacer sus primeros pasos y no quería que yo la ayudara. Una fuerza de voluntad tremenda”, dice Gladys.
Gladys y Tania apenas unas semanas después del hecho. En la nota por el Día de la Madre de 2009.
Vivir la vida
Toby está atado porque es el más peligroso de los perros de la casa. Mara, en cambio, está atada porque está en celo. A Tania le gustan los animales. También los dos peces que barren el fondo de la pequeña pecera. “Son dos bagrecitos. Me gusta ir a pescar con mi papá. Vamos a los arroyos”, dice Tania.
La inmovilidad en la mano derecha, un leve impedimento cognitivo y algún problema en la fluidez de su andar son las principales secuelas que dejó el “accidente”. Pero su vida, dentro de las proyecciones que se hacían diez años atrás, es saludable.
Tania hizo en todos estos años muchas terapias de recuperación en el Inareps, al que ahora solo asiste cada tres meses a los controles. También va a sesiones con una psicopedagoga y una psicóloga. Y estuvo escolarizada desde siempre. El año pasado fue a la escuela especial 513, dos veces por semana, y a la escuela Municipal N°1 con una maestra integradora. El año que viene está la posibilidad de empezar la secundaria en la Piloto.
“Me llevo bien con mis compañeros -responde Tania-. A veces nos peleamos, pero la mayoría de las veces nos llevamos bien. Mi mejor amiga es Keyla, es del barrio. Amigos varones no tengo. Bah, sí…”.
Y vuelve a sonreír.
Tania escucha música. Cuenta que el reggaetón es lo que más le gusta y que no sabe qué quiere ser cuando sea grande. Que es hincha de Aldosivi -por la abuela- en una casa en la que todos son de Alvarado y que en “la 513” le encantó hacer teatro y que le enseñaran cocina. También que el año pasado conoció Mundo Marino.
Tania es inteligente porque entiende lo que le toca vivir (“le fuimos contando las cosas que pasaron”), dice Gladys. Y lo asume con asombrosa naturalidad. Tal vez por eso de que no recuerda el dolor, no tiene noción de sus operaciones, era demasiado bebé para sentir miedo. En el Inareps ve otros casos que son peores que el de ella.
“Yo no muevo una mano pero hay un nene que no tiene los brazos y pasaba las hojas del cuaderno con el dedo gordo del pie”, dice ayudada en el detalle por su madre.
El perdón
La Justicia de Menores llevó a juicio a quien disparó el arma y a su cómplice que esperaba en la moto. El único condenado fue el primero. “En su momento -confiesa Gladys- yo esperaba que esta persona recibiera más años, si bien era un chico menor de edad y los menores no tienen condena. A la vez estaba aliviada porque se pudo condenar a 14 años. Pero yo esperaba un arrepentimiento del chico. Nunca tuvo una sola palabra hacia nosotros. Y ellos vivían a tres cuadras de la casa donde nosotros estábamos viviendo cuando pasó el accidente de Tania”.
El asesino de Brizuela y autor de los disparos todavía está preso. Gladys lamentó que se riera en su cara durante el juicio. “Yo le mostré la foto grande de Tania en el juicio y el juez le dio lugar para que dijera algo. Esperaba que dijera, ‘Perdón, no fue queriendo…’, qué se yo. Pero no solo no dijo nada, sino que se me río en la cara. Fue lo peor para mí. Pero teniendo en cuenta que podía haber recibido mucho menos, me quedé conforme. Capaz que sí decía perdón, lo podía llegar a perdonar. Pero se me rió en la cara. Ahí cerré ese tema para siempre. La mamá del otro, el que estaba en la moto, iba conmigo al colegio cuando éramos chicas. Ella podría haber dicho algo, pero tampoco dijo nada”, se lamenta tantos años después.
Ese otro joven, el de la moto, se volvió a cruzar en la vida de Gladys y Tania. Coincidieron en un lugar. En el Inareps. Un día madre e hija estaban en una de sus terapias y lo ven. Había tenido un accidente y le habían amputado una pierna. Dice Gladys que cruzaron una mirada y que él agachó la cabeza.
En la casa del barrio Bosque Grande, la que quieren dejar para vivir más tranquilos, las lágrimas se apoderan de todos. De la madre, de la hija y de quienes las están retratando. Es en el mismo momento en que Gladys cuenta su deseo: “Yo quiero lo mejor para ella y que sea feliz para siempre”.
Foto: Mauricio Arduin | Diario La Capital de Mar del Plata.